Hace unas semanas, viajé a juntarme con mi amiga-casi-hermana. Esa que me conoce al revés y al derecho y sabe hasta los detalles más insignificantes sobre mí. Pero debo confesar que me aburrí. Me aburrí mucho. Con mucha pena, comprobé que no teníamos cosas nuevas e interesantes que contarnos, porque ella tiene una pega y una vida absolutamente distinta a la mía y simplemente no cacha de los temas que a mí me gustaría conversar con ella. En la noche, salimos con sus amigos y fue peor. Me cargaron. Aunque, está bien, lo reconozco, no me esforcé tanto tampoco.
No lo podía creer, estaba con mi mejor amiga del mundo y tenía ganas de estar en otro lado. Me sentí la peor persona. Estaba absolutamente desadaptada en su mundo y, si la situación hubiese sido al revés, estoy segura de que ella también habría sido una desadaptada en el mío ¡y eso no estaba bien! casi como si fuera un pololo al que estoy perdiendo, tenía ganas de preguntarle ¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esto?
No nos quedó otra que recurrir al recuerdo. Nos pusimos a rememorar tiempos pasados, historias y aventuras que nos involucran a ambas y que en ese momento resultó el único lazo de conexión lo suficientemente fuerte como para mantener viva la conversación el resto de la noche.
¿Perdí una amiga? Me rehúso a que así sea. Sé que ella es un indispensable en mi vida. Necesito encontrar la forma de que nuestras vidas encajen de nuevo. Me niego rotundamente a que ella ya no sea parte de mi. ¡Me niego! ¿Qué harían ustedes en mi lugar?
(Foto vía Carla Smith)