Foto vía Lauren Max
Siempre he pensado que las personas que van a karaokes tienen una personalidad especial. Son gente como que se entusiasma con todo y extremadamente fáciles de entretener. Para ellos la música fuerte mala es sinónimo de carrete o algo así, en lugares donde las listas de canciones no se han actualizado desde 1995, como si no existiera más música “cantable” que esa. ¿Un poco loser igual, o no?
Hace unos días, una prima, entusiasta y positiva de nacimiento, me invitó a “carretiar” con unos amigos de ella. No me dijo donde iríamos, sólo me aseguró que “era un lugar súper choro”. Filo, tomé mis cosas estúpidamente confiada y fui. Cuando llegamos no lo podía creer. Era rock de los ‘80 sonando en toda su plenitud, llenando el bar con esa vocecita apestosa de Jorge González. Como ya estaba ahí, decidí recapacitar y pensé que por último me podría reír un rato de la gente. Así que me hice como la que me había gustado y me senté a ver el espectáculo.
Traté de no amargarme y me tomé dos mojitos bien rápido a ver si me anestesiaba contra las repetitivas letras de la Paulina Rubio, pero fue terrible igual. La gente aplaudía, cantaba fuerte como con sentimiento de despecho y tonito mexicano, gritaban, se las dedicaban y se peleaban los turnos por subir al escenario.
No es de mala onda, pero odio los karaokes, no entiendo porqué a la gente le gustan tanto y, sinceramente, espero no tener que pasar por esa tortura de nuevo. ¿Qué piensas ustedes de los karaokes?