La semana pasada se aprobó el proyecto de ley que fija en un 20% la emisión de música chilena en las radios locales, gracias a la propuesta del diputado UDI Enrique Estay. La idea es que se divida en un 5% para folclor y 15% para el resto, en la que también se controlarán las horas de transmisión (porque no faltarían los que programarían en horario de trasnoche).
Si bien la iniciativa es buena, me parece que es bien penoso tener que imponer estas cosas y que no pase de manera natural. Somos un pueblo bien extraño. No quiero sonar chovinista, pero me parece difícil entender que nos cueste tanto apreciar “lo nuestro”, yo creo que la cosa va más bien por mero desconocimiento.
Una vez hablé con un concejal viñamarino que pertenece a la comisión más chanta de Chile, la del Festival de Viña, y como era de esperarse su universo musical era bastante limitado (tema aparte es cómo este tipo de personas se pueden hacer cargo del que supuestamente es el máximo evento del año). Él creía –así como muchos en este país- que hablar de música chilena es hablar de La Ley, de Lucybell o de Sinergia, cuando existe un circuito under con increíble talento y lleno de propuestas nuevas, con grupos que se hacen conocidos incluso sin haber editado discos oficialmente, sólo gracias a la magia de internet y a sus fieles seguidores.
Está claro que si las autoridades no tomaran cartas en el asunto, la cosa seguiría así por años. Además que un 20% es bien poco si pensamos que en países como Argentina y Brasil destinan un 30% y un 50% respectivamente para esta materia.
Justo hoy estaba leyendo en La Tercera que Fother Muckers, tocando en Antofagasta el fin de semana, se dio el lujo de hacer corear sus nuevas canciones a un recinto de 250 personas, todo debido a la fidelidad de sus fans cada vez que liberan un disco en la web, quienes entienden que esto no se trata de nacionalismo mal entendido, sino de aprender a conocer y reconocer lo que los músicos chilenos tienen para ofrecer.