Quién no ha llegado a un trabajo nuevo sin ser el bicho raro, la novedad. Cuando todos se conocen, esas miradas cómplices lo dicen todo. Molestas.
Ocupas el espacio de otro, el asiento, los tazones, los papeles. “Eso, pertenecía a alguien más” señala el silencio.
Se tropiezan contigo, estorbas en los pasillos. Eres casi un mueble nuevo que llegó a desordenar la escenografía anterior. Apareces en todos lados. En la cocina, baño, estacionamiento. Pero de a poco el inmueble se empieza mimetizar con la oficina. Aprende a correrse, reconoce el basurero, no se equivoca de computador y ya no pregunta tanto.
En unos días, dejará de ser la manzana verde dentro de la cesta roja y tomará el color del resto. En unos días, la novedad se acaba.