La música en vivo, los colores, las cintas, la voz perfecta del intérprete, te sumergen en este mundo mágico y melancólico de “Quidam” el "transeúnte anónimo" en latín, mi panorama del viernes.
La niña triste que sueña y revela este mundo etéreo, hace de tu viernes un día especial. Un plan choro, entretenido donde pasas de apretarte la guata de risa con “The clown”, para luego caer absorto en el silencio de dos cuerpos perfectamente balanceados con la “Statue, the visión”.
Es que cuando estás ahí, te das cuenta que no puedes flectar ni un brazo (ni siquiera puedo doblar los dedos. Tengo una amiga que es hiperlaxa, pero su demostración no es tan grosera como "Quidam"), y lo que ellos hacen te parece maravilloso.
La perfección y la belleza que hay en la contorsión aérea en seda, en la rueda alemana, en los diábolos, que provocan ternura y admiración con sus sombreritos del hombre de lata del “Mago Oz”, te sacan una sonrisa de admiración.
Pero el aro aéreo te deja boquiabierto. Nunca entendí como no vomitaban después de tantas vueltas. Son secas, nada que decir. Bellísimo lo que hacen, parecen pececitos arrancando de un tiburón. Se mueven con la docilidad del agua.
Después de ver “Quidam", concluí que debería haber ido mucho antes a ver los espectáculos del Cirque du Soleil. No sé cómo me pude haber perdido “Alegría” y “Saltimbanco”. Bruta.