Mi última polola siempre se quejó que yo tenía una amiga con la que compartía todas esas cosas que, cuando estábamos juntos, a ella no le interesaban. Y es que, a medida que pasa el tiempo, la tolerancia de una polola hacia esa cultura que consumes y que a ella le parece fome o una pérdida de tiempo, se va diluyendo. En este contexto, la aparición de otra mujer que sí comparte esos intereses con uno, aunque viva en Australia, es una total amenaza.
Por esa razón, ella decía que esta amiga, que vive en el extranjero, era como mi otra polola. Esa que ve películas, lee comics y además es linda. Y aunque me cansé mil veces de decirle que era sólo una amiga, ella aseguraba que su intuición le indicaba que, si esa chica estuviera en nuestro país, las cosas serían diferentes.
Nunca lo cuestioné, pero otros amigos sí. Decían que sería divertido hablar de lo cotidiano con alguien que tiene otro acento, y otra forma de ver el mundo. Todos los días, por mucho tiempo, serían novedosos y siempre tendríamos cosas que descubrir mutuamente, porque veníamos de crianzas diferentes y con valores nada que ver. Si bien no me convencieron, otro amigo sí se animó y viajó a Europa a conocer a una chica con la que hablaba siempre por chat. Sin embargo, acabó huyendo de noche y refugiándose en una zona OTAN.
Eso sí, no todas estas historias terminan mal; también tengo amigos de países distintos que se conocieron y hasta hoy están juntos, casados y siempre haciendo cosas diferentes.
Yo no sé realmente qué pasará cuando esta amiga llegue a Chile, el próximo mes. Cuando las fronteras virtuales desaparezcan para siempre, y den lugar a experiencias totalmente inéditas. ¿Qué creen ustedes, les ha pasado algo así?