Antes de esta semana, no tenía idea quién era Demi Lovato. Supongo que por un asunto de edad, no entro en la base de fans de Demi ni de los Jonas Brothers. Me enteré de su existencia cuando se bajó de la gira que trae a los hermanitos Jonas a Chile. Según varios sitios Demi, que sólo tiene 18 años, dejó el tour por problemas sicológicos y no pude evitar pensar en Britney, Lindsay y tantas otras estrellitas Disney que han sucumbido a la fama, drogas, trancas y un largo etcétera de excesos.
Ya todos están diciendo lo mismo; hay una maldición Disney sobre las cabecitas inocentes de estas jovenes promesas. Britney siendo la precursora, fue a la que le tocó la parte más terrible. Pero casi ninguna se ha salvado. Lindsay Lohan aún pasa más días en rehabilitación que en su propia casa, Miley Cirus escandalizó a todos cuando se le ocurrió creerse bailarina de topless cuando aún no tenía ni 20 y una tal Vanessa Hudgens se sacó fotos sin ropa al mismo tiempo que le decía a todo el mundo que era virgen. Ponerlo como una maldición me parece un poco exagerado, pero ciertamente no es tan genial ser una estrella infantil.
Si el llamado Brat Pack -los ochenteros Emilio Estévez, Corey Feldman, Corey Haim, entre otros- hace más de 20 años pasó por lo mismo, ahora las cosas se han multiplicado por mil. Cuando la pobre Demi entró a rehabilitación después que su manager admitiera problemas de anorexia e intentos de suicido al tratar de cortarse los brazos luego de terminar con su novio, ciertamente no iba a pasar piola. No me imagino cómo debe ser vivir rodeada de gente que quiere sacarte fotos hasta en las actividades más cotidianas, tener la alta presión de ser flaca, mina y linda todo el día. Si muchas mujeres normales y grandes no pueden soportar esa presión, me imagino cómo debe ser para una niña de 18 años.