Como el 90% de la gente, crecí escuchando a los Beatles. Como un gran porcentaje de la población mundial, me gustan. Pero más me gusta Paul McCartney. Y después de la muerte de George Harrison, pasó a ser mi Beatle vivo favorito. Y aunque la banda más icónica de la historia musical tiene tantos y tantos hits, la banda de Paul con su esposa Linda, Wings, es una de mis favoritas de la vida.
Por eso estoy tan picada que no haya venido a Chile. No sólo porque habría sido una oportunidad única de ver a un Beatle en vivo (no me puedo llegar a imaginar cómo será eso, debe ser como ver a Dios tocando el bajo) sino porque a los 68 años, no hay tantas probabilidades que venga de nuevo a Latinoamérica. Muchos de mis amigos tomaron un avión para ir a verlo a Buenos Aires y por lo que he podido hablar con ellos, el concierto estuvo increíble y lleno de momentos emocionantes. Y sé que me habría puesto a llorar, aunque no lloro nunca.
La primera y la última vez que Sir Paul vino a Chile fue en 1993 y era tan chica que obviamente no fui. Unas primas, que en ese tiempo tenían 10 años, fueron acompañando a su papá y se quedaron dormidas sentadas en una silla. Obviamente se han arrepentido toda la vida y cuando supieron que venía a Chile empezaron a ahorrar para comprar la mejor entrada, pero al enterarse de la cancelación, todo quedó en nada, tal como nos pasó a todos los que no podemos darnos el lujo de dejar botada la pega para irnos a Buenos Aires por dos días.
Ojalá que a Paul le quede pila para rato y alguna vez lo pueda ver en vivo, en el país que sea.