Anoche probablemente medio Chile estaba llorando. Es que era imposible no hacerlo ante tanta tragedia. Primero la “casi infidelidad” de Juan y la pobre Anita que sufría en silencio, debatiéndose en dejar de trabajar o intentar salvar su matrimonio. Finalmente no tuvo que escoger, porque el destino solito se encargó de ordenar las cosas. Justo cuando Juan pensaba salir con la “regalada” de la Mónica (Berta Lasala), y antes de quedar ante todo el país como un desgraciado, llamaron del sur para avisarle que su papá estaba enfermo. Así que dejó a la vecina plantada y partió.
La segunda tragedia – y aquí si que no me aguanté las lágrimas- fue la muerte del abuelo. Sí, el señor había sido un mal padre, pero estaba arrepentido e intentó redimirse siendo un buen “tata”. Lo más triste fue cuando leyó una carta que Félix le mandó, contándole su perfecto plan para que se fuera a vivir con ellos a Santiago. Inventó un negocio de volantines, pero como los volantines sólo se venden en septiembre, se le ocurrió exportarlos a otros países donde hubiera “18” en otros meses. ¡Lindo!
Sin embargo, donde quedó la tendalada más uno, fue en la historia de la Claudita. Como se enamoró de Gabriel, el frentista estudiante de medicina (seco, revolucionario y mino), no le quedó más que apechugar. Después de una persecución en que casi los atrapan los de la CNI, Gabriel tuvo que disfrazarse de Clark Kent y salir del país. Era eso o lo mataban. Y como la Claudita ya estaba más que identificada por los malos, no le quedó otra que seguir a su hombre, dejar su vida botada e irse a vivir a la clandestinidad, todo por proteger a su familia.
Los Herrera tuvieron lejos la peor Navidad del mundo. Juan viendo morir a su padre, la Claudita preocupada por su pololo y Félix sin la ilusión que los niños se supone deben tener en esta fecha. Lo único bueno fue que a la Anita le cayó regio la novia de Martincito. Claro, al principio, cuando vió el pelo rapado y la onda media punky-new wave de la lola, se le desfiguró la cara. Más todavía cuando la patuda la tuteó. Hasta que se dio cuenta de que era una buena cabra y, lo más importante, quería mucho a su hijo. Al final, eso es lo único que las mamás esperan.
Lo que los Herrera aún no saben es que si la Navidad fue triste, la cosa no termina ahí, porque el año nuevo se viene aún peor. Es cierto que en la fiesta lo pasaron chancho, porque la Nancy con el Exequiel se reconciliaron y al fin el gordito tierno del Brunito va a tener un papá que le enseñe a andar en bicileta; y bueno, Anita y Juan también estaban en onda nuevo-pololeo. No obstante, entre tanto beso y abrazo nadie se dió cuenta de que la Claudita lo estaba pasando pésimo y que sus lágrimas no eran de emoción, si no la más triste despedida de todas.
No quiero pensar en la cara que van a poner cuando el 1 de enero se levanten -osea la próxima temporada- y descubran la nota que la Claudita dejó sobre la mesa del comedor que dice “Familia”. Una chiquilla que pintaba para ser doctora y tener una vida linda. Lamentable. En fin, era lo que había que hacer. Así estuvo la cosa en Los 80… para muchos.