Por Javiera Oyarzún
Confieso que la famosa “lista de novios” más que facilitarme la existencia, me la complica. Sobretodo cuando la novia en cuestión no es ni tan lejana, ni tan cercana.
Si la susodicha fuera la novia del amigo del primo de mi pololo, entonces, la lista de novios adquiría el carácter de “documento sagrado” y no tendría problema en regalar una tostadora de pan, un cuchillo eléctrico o, el siempre bien ponderado, juego de vasos piscoleros. Todos artículos mencionados en la primera parte de la lista. Entiéndase, los artículos más económicos.
Pero cuando la futura señora es mi amiga, entonces el asunto cambia. Ella quiere los artículos dispuestos en el listado perfectamente confeccionado por una gran multitienda. Deseo, que se enfrenta a mi rotunda negación de regalar un “artefacto más”, un obsequio a mi parecer impersonal. A lo que se suma, mi desagrado por el hecho de que se entere cuanto invertí en el regalo. Entonces ¿Qué regalar? ¿Un florero pintado a mano que terminará hecho pedazos en el primer carrete? ¿Un lindo mantel de crochet que finalmente servirá como cobertor de electrodomésticos?
Chicas fucsia: ¡Acepto ideas!