Por Marina Parra
Cuando estaba soltera detestaba San Valentín porque no tenía pareja para celebrarlo, por tanto me declaré abiertamente anti Cupido y en guerra contra la fecha más cursi del año. Si me tocaba salir, andaba cual Grinch por la calle, observando con sarcasmo a las parejas llenas de flores, chocolates, peluches y cuanta chuchería se les ponía por delante, pero en el fondo anhelando que alguien me regalara uno de esos globitos gigantes.
Pensé que cuando llegara una persona a mi vida, con quien compartir ese momento tan especial, todo cambiaría. Sería como una explosión de fuegos artificiales y me convertiría en fan de Cupido, vería esas mariposas invisibles que todos mencionan y haría las pases con el caballero de las flechas. Pero lo curioso es que ahora que estoy en pareja tampoco me emociona la fecha.
El año pasado me tocó celebrar mi primer 14 de febrero acompañada, yo estaba muy exaltada (sin demostrarlo, obviamente) porque sería mi “primera vez”. Salimos a comer comida chatarra y recibí un regalo (ambas cosas las hacemos cotidianamente con mi pareja) y fue como ¿esto es todo? no me sentí emocionada sino más bien decepcionada porque al parecer tenía expectativas muy altas de algo que pensándolo fríamente, es sólo un día más.
No sé si soy muy exigente, un poco fría o le estoy dando mucha importancia a algo que realmente no la tiene, pero este mes no quiero que llegue el 14. Descubrí que no soy fan de Cupido. Y ustedes ¿esperan con ansias esa fecha?
Foto vía ilovememphis