La Vida de los Peces, del director nacional Matías Bize, ganó el premio Goya a la mejor película hispanoamericana. Gran logro para el cine local, si consideramos que el premio lo han obtenido sólo dos cintas chilenas anteriormente: La Frontera, de Ricardo Larraín en 1991, y La buena Vida de Andrés Wood en el 2009.
Me acuerdo que se estrenó en junio, y con mi polola la fuimos a ver a un cine cerca de mi casa. La verdad es que la invitación no tenía mucho que ver con la película en sí, sino más bien con el placer que nos da caminar por la ciudad en invierno y meternos a un cine a ver lo que estén dando en el momento, sin mayor planificación. Fue así que nos topamos con La Vida de los Peces. Sin muchas expectativas, entramos a la función. Es difícil no sentirse identificado con el relato: los amigos, los cambios, el amor, viajes. El pasado metido en tu presente tratando de encajar (o simplemente estando). Tu futuro y las ganas de que tu presente y tus recuerdos se aferren a ti y nunca te olviden; que nunca se arranquen. Me sentí identificado con Andrés. En esas fechas yo venía llegando de un largo viaje de trabajo por todo el sur. Había estado actualizando una revista turística, y con lo único con lo que tuve que convivir durante todo ese período fue con mis miedos. Mi soledad.
Cuando llegué a Santiago me ofrecieron el mismo trabajo, pero esta vez para irme al norte y sin una fecha de regreso muy clara. Les dije que lo iba a pensar, que por el momento quería descansar. En mi cabeza rondaba la idea de irme nuevamente. Recorrer y conocer nuevas realidades. Caminar, comer, oler.
A esa altura la película ya había terminado. Todos en el cine se pararon. Andrés también siguió su camino, mientras que los peces se quedaron en el mismo lugar con sus burbujas.
Mi polola me miró con los ojos llenos de lágrimas y me abrazó fuerte. No me dijo nada, pero supe lo que quiso decir. De regreso a casa, me llamaron al celular y me preguntaron si aún estaba interesado en irme al norte, que necesitaban una respuesta urgente. Nervioso, apenas me salió un “no, gracias” y corté.
Sin entender, ella me miró tratando de averiguar quién era el de la llamada.
Le di un beso. No supe qué decirle. ¿Te gustó la película? Me preguntó.
Antes de decirle algo, se largó a llover y nos fuimos corriendo por la Alameda. Esta vez con un norte un poco más claro.