Esto probablemente les suene como a cuento repetido. Porque ya lo han leído en mil trescientos otros blogs o porque les pasa a ustedes mismas. Pero es inevitable. El fin de semana cumplí 28 años y si bien no estoy deprimida, ni me siento vieja ni mucho menos, no puedo dejar de pensar en lo rápido que ha pasado el tiempo y en cómo no quiero despertar un día dándome cuenta de que tengo 50 y no hice nada de lo que quería realmente.
Todas nos movemos a ritmos diferentes, algunas más ansiosas e impulsivas, otras más pausadas y reflexivas. Sin embargo, todas buscamos lo mismo. Encontrarnos en algún punto del camino. Descubrir de verdad quiénes somos y seguir a través de esa senda. Siempre he pensado que si no estamos seguras de lo que nos gusta, al menos tengamos claro lo que no queremos. Lo importante, según mi punto de vista, es ser fieles a nosotras, siempre.
No obstante, a ratos me siento más espectadora de mi vida, que la verdadera protagonista. Me dejo llevar por la rutina y siento que los días pasan por mi lado y no los aprovecho. Me levanto, tomo el metro, me enojo, trabajo, me enojo de nuevo, me junto con algún amigo, se me olvida y me voy a la casa. Llega el viernes, salgo, carreteo y vuelvo el lunes al mismo ritmo. Pasa el año, salgo de vacaciones tres semanas y la historia se repite. Y no me mal entiendan, sí me gusta lo que hago, es simplemente que me di cuenta de que me rehúso a que esto sea todo. Tengo ganas de tirarme a la piscina, a mi propia piscina, una que llene yo misma con mis expectativas y esas cosas que me van a convertir en la persona que realmente quiero ser.