Desde chica mi papá siempre se preocupó de inculcarme lo importante que es ganarme las cosas, por lo tanto crecí con la idea de que cuesta ganarse la plata y que uno tiene que valorar todo lo que tiene. Me acuerdo que una vez quería que me compraran un personal stereo, así que me dijo que si juntaba la mitad de la plata, él se ponía con la otra.
No se me ocurrió nada mejor que vender helados en bolsita. Pinté un letrero que colgué en la reja del patio y, por un verano, me hice popular en el barrio por ser “la niña de los helados”. Fueron un boom, me los compraban todos, algunos niños ni si quiera esperaban a que estuvieran hechos y se tomaban el jugo frío. Esos días pasamos tardes enteras con la lengua roja, porque los de frambuesa eran los preferidos.
Me acuerdo que juntaba todas mis ganancias en un cenicero gigante en el living de la casa y me encantaba cuanto tenía que dar vuelto. Me sentía como una grande. Según yo tenía mucha, mucha plata, pero era mentira. Al final, no junté ni la tercera parte, pero me esforcé y eso es lo importante. Mi papá valoró que lo intentara y me compró el personal stereo de todas formas.
Lo mejor, es que ese personal lo sentí más mío que ninguna otra cosa, porque YO había puesto de MI plata para comprarlo.