Es definitivo. En invierno las dietas cuestan más, y no tiene que ver sólo con las bajas temperaturas y las pocas ganas de incursionar en el mundillo de las ensaladas, que prometen embellecerte consumiéndolas full time. También está el poco incentivo a mostrar; el frío hace que las menos valientes, como yo, andemos, literalmente, tapadas hasta el cuello.
No es ningún secreto que en otoño las temperaturas descienden a tal nivel que lo único que queremos es andar con kilos y kilos de ropa. Claramente, el exceso de abrigo tampoco ayuda.
En verano, las poleras con pabilo, las mini, los pitillos apretados y escotadas tops te incitan, algo así como por dignidad propia, a portarte mejor con las comidas. ¡Hay que mostrarse! La temporada lo exige.
¿Pero qué pasa con las que, como a mí, se les pasó el verano y siguen con esas locas ganas de adelgazar? Yo, por lo menos, me decidí. Así como los que necesitan rehabilitarse de una adicción, me embarqué en una larga aventura: 4 meses de dieta.
Al principio pensé, igual que ustedes, que era un exceso. Hoy cumplí 45 días y los resultados son notorios, por lo menos eso dicen los que no me veían hace tiempo y los que habían quedado impresionados con mis últimos kilos ganados.
Es definitivo: En invierno cuesta mucho más ser flaca, pero frente a los resultados ¡cualquier ensalada es rica!