Pic: lukas_y2k
Hace cuatro meses aproximadamente que vivo en Chile, tiempo en el que he tenido que procesar todo tipo de información como conocer calles, usar el Transantiago, viajar como sardina en el metro, incorporar nuevas palabras y dichos pop, hábitos, costumbres, así como un sinfín de cosas que parecen tan simples y cotidianas, pero que para mí no dejan de ser novedad.
En este corto pero intenso período, he tenido ciertos problemas con mi escaso sentido de la orientación, que de por sí nunca fue muy bueno, pero desde que llegué a Chile, mi GPS interno directamente no funciona. Lo más “divertido” es que para no perderme, he optado por aprenderme mapas mentales que después con los nervios obviamente olvido o que de nada me sirven una vez que salgo del metro por la salida equivocada. Porque no entiendo eso de “guíate” por la salida del sol, la cordillera o el mar. Está bien que un carabinero me diga “camine en dirección al poniente, a 45°”, pero... ¿alguien sabe lo que quiso decir?.
Lo otro que me ha pasado es que cada vez que me detengo a preguntarle a alguien por una dirección, cada uno me manda a un lugar diferente, con diferencias abismales entre una indicación y otra. ¿Porque simplemente no dicen, “no sé” en vez de mandarme a cualquier parte?. El asumir no saber parece lo peor del mundo. Al final el santiaguino parece que conoce menos que yo. Y si bien es verdad que una vez que uno se adapta pasa piola, razón tenía mi amiga Pame cuando dijo que “Santiago es fácil de andar pero difícil de entender, es como una mala talla”. Dio en el clavo.