Siempre fui fan del guatero. Tenía varios, con formas y forritos de colores, pero mi preferido era el más rasca, uno plástico que me compré en un “todo a luca” hace mucho tiempo. Encontraba que era lo máximo, hasta que me compré un scaldasonno y me cambió la vida, transformándose en mi mejor amigo durante el invierno.
Si antes mi cama era bacán, ahora es el mejor lugar del mundo. Lo prendo dos minutos antes de acostarme y listo, el calorcito se empieza a distribuir uniformemente justo donde lo necesito. Porque no hay nada más traumático que llegar a tu casa tarde o después de un carrete, en noches tan heladas como las que hemos estado viviendo estos días, y que tu cama sea un témpano.
Soy tan adicta que lo pongo a la mayor potencia y típico que cuando se me olvida apagarlo despierto a media noche quemándome la espalda, pero no me importa. Incluso lo llevo en una mochila cuando tengo que viajar a alguna parte. ¡Ya no estoy dispuesta a pasar frío!