Foto vía guatman
Soy la primera persona que voló, al menos en mi familia. Antes que yo, nadie había puesto un pie fuera del país, ni en bus, ni en avión. Fui la pionera, sin experiencia previa, de lo que hoy es un verdadero vicio. No me importa el medio: barco, tren o auto, lo que me importa es el viaje.
La primera vez que salí de Chile fue con destino a Venezuela. Mochila al hombro, de bus en bus, de aduana en aduana, pasé por cinco capitales y conocí diversas culturas. No he tenido viaje más austero, hippie y feliz. Porque aunque pagué en mil cuotas el ticket para volar de vuelta, abrí una puerta que nunca quiero cerrar.
De ese viaje volví en avión, fue mi primer vuelo, ya estaba bien grandecita, pero parecía una pendeja con lo emocionada que estaba. Me fui todo el rato mirando por la ventana porque no podía creer que la Cordillera fuera tan grande.
Quien no ha viajado a un lugar distinto al de su cotidianeidad, puede considerarse un hámster en una rueda o un pez en su pequeña pecera, destinado a moverse en círculos.
A mí, viajar me abrió la cabeza, me hizo más tolerante y vivaz. Podría pasarme toda la vida viajando. Y entre más incierto y aventurero el destino, mejor. No sé ustedes, pero me encantaría desperdiciar mi vida en dar la vuelta al mundo.