Un día de esos en los que conversas con tus amigas, llegamos a una obvia conclusión que hoy quiero compartir con ustedes. La culpa de que pensemos que existen los príncipes azules, que queramos ser damiselas en peligro y que soñemos con finales felices es de Disney. Porque ¿quién de ustedes no creció viendo cómo Bella convertía a una atractiva bestia en un hombre aún más atractivo? Yo vi esa película más de 20 veces, me sé sus canciones, quiero una biblioteca como la que Bestia le regala a Bella y también quiero más que una vida provincial. Quiero que todos los malos sufran al final, así como la madrastra y sus feas hijas en Cenicienta, que los pájaros me hablen y mi hada madrina me cumpla mis deseos.
Siguiendo con las peticiones, también quiero que mi mejor amigo sea como el cangrejo Sebastián y hasta estoy dispuesta a tener el pelo tan largo como Rapunsel si me aseguran que mi príncipe podrá subir a través de él para visitarme. Sin embargo, la realidad es otra, la verdad es que he tenido más decepciones que amores y hasta el momento ningún animal me ha hablado explícitamente. Sin embargo, no me quejo, me gusta la vida llena de emociones nuevas, que no tengas que cumplir ningún destino y que el final feliz te lo crees tú misma, sin ayuda de nadie.
Por eso mi exigencia para Disney no es que me devuelva mis horas invertidas en falsas realidades, sino que cuente las historias como verdaderamente son. Que Cenicienta tenga más protagonismo que el Príncipe, que Blanca Nieves desconfíe de la manzana que le da su madrastra y no se la coma y que la Sirenita no esté dispuesta a ceder su voz por nada del mundo.