Ayer mientras hablábamos con mis amigas de la inmortalidad del cangrejo y cosas sin sentido, nos acordamos de Fotolog, el primer encuentro cercano que tuvimos con la sobreexposición de nuestra vida privada en las redes sociales. Cada una se metió al suyo, los analizamos y definitivamente todas salieron bien paradas, menos yo.
Algunas más inteligentes y pudorosas habían cerrado su cuenta hace años, nunca habían subido fotos con sus pololos o si lo habían hecho, habían “guardado” algo para la intimidad. Yo, en cambio, expuse mi vida sin tapujo alguno. No sólo escribí de mis carretes, del colegio y de mis amigas, mi pololeo fue, sin duda, el tema más expuesto.
Si no me diera tanta vergüenza, créanme que les daría la dirección para compartirlo con ustedes para que se rieran de buena gana y aprendieran que es lo que NO se debe hacer en las redes sociales. Lo único que espero, por el momento, es que cuando me meta a Facebook en 8 años más, no me pase lo mismo.
No sé qué era lo peor de mi Fotolog, si la oda que le hacía a mi ex, donde le juraba amor eterno, en público y sin ningún pudor, o las fotos pokemonas que me sacaba frente al espejo o en bikini. ¿Por qué nadie me dijo que eso quedaría ahí para siempre? Para mala suerte mía, ¡se me olvidó la clave! Ni siquiera puedo apelar a la edad, yo creo que decir que tenía 14 años sería lo único que me podría justificar, pero no. Empecé a usar Fotolog en mi segundo año de universidad, ¡harto grande ya!
Las conozco, sé que son curiosas y que lo primero que harán cuando terminen de leer esta nota, es meterse a revisar el suyo. Por favor comenten cuál fue su experiencia. ¡Necesito saber que no soy la única a la que Fotolog la condena!