Foto vía Gibson Claire McGuire Regester
Se llenaba los brazos de cortes. No sé por qué lo hacía, pero cuando peleaba con la mamá o cuando se sentía triste, mi amiga del colegio agarraba una de las afeitadoras de su papá y se hacía cortes en los brazos. Por eso andaba con una muñequera que tapaba sus heridas y cicatrices. Otras veces, las enseñaba como si fueran un trofeo.
Yo nunca lo hice, tampoco entendía el autoflagelo de provocarse heridas. Por eso, pensaba que era algo muy poco común. Una vez estábamos en una fiesta, en tercero medio, y un grupo un tanto ebrio se juntó a hablar del tema. Se contaron cómo y por qué se cortaban, hasta poniéndose nombre, se llamaron “el club de los tajitos”. Ahí me di cuenta de que era más común y masivo de lo que creí.
Años más tarde, descubrí que personas muy cercanas lo hacían. Me dolió y me sorprendió mucho. ¿Qué los lleva a herirse a sí mismos? Averigüé del tema y me enteré de que al herirse, el cuerpo libera sustancias tranquilizadoras, por lo que infligirse cortes equivale a consumir algún tipo de droga, por el placer y la calma que produce. Entones, muchos chicos y chicas lo hacen para evadirse.
Todo este tema me parece tremendo. Qué onda nuestra sociedad que desarrolla casos como éstos, entre gente que no se conoce, pero que actúa de forma similar. Lo peor es que aflora en gente súper joven, adolescentes principalmente. En serio me preocupa, aún más al ver que no fue una cosa de cuando yo era chica, sino que todavía se hace.
Es más, incluso he visto cabras chicas que suben las fotos de sus heridas a Facebook, como gran cosa. Necesitan tratamiento psicológico ahora, antes de que terminen en la UTI o como mi amiga... que le daba tanta vergüenza contarle a la gente, que le pedía plata por chat a un mexicano para pagarse las sesiones que borraban sus cicatrices. Loca total.