Es rica y extraña la sensación de cuando recién te gusta alguien. Es la alegría máxima cuando la persona en la que estás interesada te devuelve las señales. Uno se siente todapoderosa, invencible. Querer a alguien y que te quieran de vuelta puede sintetizarse en la palabra felicidad. Como para caer en todas las cursilerías que en la normalidad reprocharíamos: cantarle al amor, dibujar corazones y soñar despierta.
El otro día vi Adventureland, de los mismos creadores de Superbad. En resumen, la típica historia de un chico que conoce a una chica. Es súper indie, con música de The Cure y Lou Reed incluida. Más allá de la forma –es muy chistosa y rica visualmente, pues se desarrolla en un parque de diversiones-, el fondo es universal, porque habla de amor.
Más que crítica al film protagonizado por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart quería contarles lo que me evocó. Me acordé de las muchas veces en que tuve ese nerviosismo al hablar, el cosquilleo en el estómago, las palabras ideales demasiado tarde, en fin, todas esas clichés sensaciones que el amor y la conquista traen consigo.
Porque cuando recién empieza una relación es la parte más limpia y honesta. Uno muestra su rostro más afable, el que sabe atraerá al otro. Uno se juega todas las cartas y, cuando hay señales de vuelta, es como hacer un gol. Es casi ganar el partido. Después, cuando la relación se desarrolla, todo sale a flote: las mañas de la pareja, el carácter, los celos. Por eso me gustó Adventureland, porque es una comedia romántica que homenajea la conquista, mi etapa favorita del enamoramiento.