Foto vía: garageolimpo
Siempre he pensado que hay un estilo de música para cada ocasión. De ahí que no le podemos exigir a Beethoven que nos haga mover las caderas, ni al reguetón que sea una vanguardia musical.
Más allá del estilo, en mi vida, la música es una constante compañera. Y no soy especialmente melómana, simplemente, me siento mejor, más alegre y con energía, al ponerle música a mis distintos quehaceres.
Cuando estoy sola en casa, nunca prendo la tele, enciendo la radio o busco alguna banda en Grooveshark. Escuchar música me ayuda a sentirme acompañada. Es más, a la hora de ponerme responsable y limpiar y ordenar mi casa, fijo que la música es el mejor motor.
En la pega, me gusta ponerme audífonos y escuchar diversos discos. Me ayuda a concentrarme, a que se me pase el día más rápido, a hacer más ameno todo. Tanto así, que armonizar mi vida se ha vuelto una necesidad, encontrar nuevos sonidos un fetiche y mis mp3 un objeto de culto.
La música a veces me raya. Cuando veo una película con una buena banda sonora me baja todo lo ñoña y descargo el disco o busco info sobre el compositor. También me pasa que si hay una canción que me gusta, la escucho una y mil veces sin aburrirme.
Porque siento que la música es para darle ritmo y color a la vida. Exacerba mis emociones: me mata si estoy triste, me mueve si quiero bailar y me llena de euforia en un recital. ¿No les pasa?