Hay un capítulo de Friends donde cada personaje se somete a la pregunta: ¿Qué dejarías, sexo o comida? Difícil respuesta, porque ambos implican placeres diferentes e irremplazables. Aunque está claro que si no comes, te mueres. Y sin sexo, bueno, uno también se muere un poco.
Analicemos los dos. Uno, comida. Es brígido cómo la necesito siempre, por lo menos tres veces al día. A cada rato tengo hambre y saco de mi bolso un yoghurt, un dulce, un engañito. Más rico es cuando uno prueba un plato bien preparado, en su punto, con nuevas texturas y sabores. No, imposible dejar la comida.
Sexo. Un placer difícil de explicar, pero que todo el mundo sabe que es sublime y cada cierto tiempo -cada quien a su ritmo-, indispensable. Un buen encuentro nos puede dejar con una sonrisa de oreja a oreja. Definitivo, tampoco podría dejar el sexo.
Mientras analizaba los dos placeres, me daba risa pensar en achacarle la descripción que hice de la comida al sexo. Diría que lo necesito todo el día, a cada rato y que me encanta descubrir nuevas sensaciones. Para qué andamos con cosas, igual es cierto, salvo porque uno no anda todo el día con la maldá entre ceja y ceja, sino que en determinadas ocasiones.
Entonces ¿qué escoger? Si me cayera a una isla desierta y apareciera un genio ofreciéndome entre las dos opciones, no sé si me iría por la comida de una. En una de esas podría pedirle que me trajera a Bradley Cooper y morir con una última sonrisa de satisfacción. Y es que por más que lo pienso, no me decido. ¿Qué dicen ustedes, sexo o comida?