Yo vi la primera emisión al aire de 31 Minutos. Estaba tomando desayuno y dejé la tele en TVN porque el conejo rojo que se tiraba al Mapocho tenía Radiohead de fondo. Si no fuera por eso, el zapping habría ganado. Lo que vi después me gustó tanto, que seguí religiosamente sus 42 capítulos, en estreno y en repeticiones. Hasta un VHS me hice.
Me acuerdo de 31 Minutos en la tele de mi casa y de mi mamá, mi hermano chico, mi hermana más grande riéndose con su humor inteligente, transversal y puntudo. Yo creo que ahí radica su éxito en comparación a otros programas infantiles chilenos donde sólo enseñan las vocales y los números. 31 Minutos trató a los niños de tú a tú, sin subestimarlos.
En las últimas semanas, las redes sociales gritan por el regreso de Tulio Triviño y compañía. Hay campañas en Facebook y Twitter. Y aunque el público lo pide, el regreso es poco probable, porque los creadores terminaron más peleados que Los Beatles. Con líos legales y enredos de derechos de por medio y un tono denso de malas pulgas.
Lo único que queda para los fanáticos es la nostalgia romántica. Poner videos en los carretes y reírse de lo bueno que fue, pero que no volverá. Atesorar productos como el primer álbum, los muñecos, los discos y los tributos. Sentirnos orgullosos porque unos títeres chilenos son famosos en el extranjero y emocionarnos cuando los dan en el TV cable.
Yo me sumo a cualquier campaña por el regreso del noticiario más honesto que he visto en la televisión chilena. Aunque soy realista y saco mi pañuelo para llorar: 31 Minutos no volverá.