A veces quisiera que los oídos se pudieran cerrar como los ojos, para no escuchar las estupideces que habla cierta gente. Hoy en la mañana me subí al Metro y quedé apretadísima contra un grupo de cuatro tipos. Vestidos de oficina, uno de ellos contaba con orgullo y mucha risa sus andanzas.
El tarado decía que había estado tomando en una súper fiesta, desde las diez de la mañana hasta la medianoche, ron, vino, pisco, todo mezclado. Cuando ya estaba muy mal, se fue en auto a su casa "en piloto automático, la he hecho hartas veces", explicaba como con un aire triunfal que sólo venía a confirmarme que era un completo idiota.
Los amigos le celebraban todo. Le preguntaron: ¿Y la flaca, cuando llegaste a la casa?, él respondió que su mujer se había puesto "brava", que había llamado a su papá (suegro) para que le parara los carros, en fin, todo lo narraba muerto de la risa como si manejar curao fuera lo más choro y machito del mundo. Yo lo miraba con cara de odio y de sorprendida, aunque intentaba desprenderme de todo eso.
El taradito se dio cuenta de que lo miraba y en su pequeño cerebro concluyó que me atraía, entonces empezó a alardear mucho más, de que gana plata, de que se compró el último celular con cientos de aplicaciones. Evidentemente, cuestiones que a mí no me interesan, pero que a él lo hacían sentir como pavo real, mostrando sus plumas para seducir a una hembra.
Esto me hizo enojar más porque nunca en la vida me podría interesar por un tipo tan hueco, tan vacío y egoísta, que siente que vale por lo que tiene y tan irresponsable con su vida y la de los demás que es capaz de manejar tomado.
Se bajó en la misma estación que yo, me miraba con demasiado interés, pero lo ignoré y le puse cara de poto cada vez que se cruzaban nuestras caras. El maldito me arruinó el día y, quizá para su satisfacción, no he podido para de pensar en él. Obviamente, no con romanticismo, sino con toda la rabia del mundo. Imbécil.