Hace poco me fui a vivir con una amiga. Estoy feliz con mi independencia. Aunque obviamente echo de menos a mis papás, me encanta la idea de manejar mis tiempos a mi gusto y no tener que estar avisando a qué hora llego o dónde voy.
A partir de ese momento, una de las cosas en que más he invertido tiempo, ganas y por supuesto plata, es en amoblarlo. Cuando nos cambiamos, compramos inmediatamente lo básico: refrigerador, lavadora y todos los chiches que usas en la cocina, que van desde una cuchara de palo hasta un hervidor eléctrico.
Luego, fuimos de a poco decorando el living y el comedor. Tampoco quisimos llegar y poner lo que alguien nos regalara porque no lo quería, o algo que sobrara de nuestros hogares anteriores. Le dedicamos semanas a pensar cómo se vería mejor, qué debíamos comprar según el tamaño, cómo debíamos distribuir las cosas y de qué materiales y colores debían ser.
Hoy ya parece un departamento “habitado” (durante muchos meses estuvo vacío), pero aún faltan cosas. Es que al parecer uno nunca termina, siempre creemos que es necesario algo más.
Pero, por experiencia propia, lo importante es no precipitarse, no comprar lo primero que vemos, porque es barato o creemos que puede quedar bien. Hay que dedicarse, para que finalmente lleguemos a nuestra casa y nos den ganas de decir: AMO MI DEPARTAMENTO!