Me di cuenta de que estaba mal cuando soñé con el maldito juego. Veía dulces de colores gigantes y buscaba las combinaciones para destruirlos. Mal.
Lo descubrí hace muy poco, luego de que el Facebook se me llenara diariamente con solicitudes que no entendía de muchos de mis amigos, al parecer también obsesionados con el jueguito. Y es que lo peor es que no tiene nada del otro mundo. No es nada que no hayamos jugado antes, solo que ahora en vez de pelotitas de colores o cuadraditos o lo que sea, son dulces.
Me desespero un poco cuando me quedo pegada en un nivel, doy la vida en esas insignificantes 5 oportunidades que me regala el juego y me quiero morir cuando me quedó una gelatina sin romper y se me acabaron los movimientos. Entonces, dejo de lado todos mis principios y mando solicitudes irrespetuosas por doquier, a cualquiera que esté conectado, que cuando la vea entienda que necesito seguir jugando, se ponga la mano en el corazón y me mando una vida. Si sé que exagero y también sé que es ridículo. Pero es inevitable.
Tengo amigos que van como en el nivel 250 y no sé cómo lo hacen. Yo creo que ellos ya perdieron los estribos y juegan todo el día, porque de otra manera lo veo imposible. Yo aún conservo los límites y no juego en la pega. Primero, porque es nada que ver y, segundo, porque me da vergüenza que alguien vea que superé el nivel no se cuánto o que armé una “bomba de sabor” de esas maravillosas que explotan.
¿Algún alma que me entienda, por aquí… alguien? Por favor, no me digan que estoy sola en esto.