Los libros pueden cumplir distintas funciones en nuestra vida, como entretenernos y culturizarnos. Por suerte siempre he tenido una relación amigable con ellos. Desde chica que los hojeaba y me caían bien.
Más grande fueron una buena alternativa a la hora de sumergirme en otros mundos para pasar la “edad del pavo”. Así y sin darme cuenta leer se transformó en un hábito y en una experiencia irremplazable en mi vida. Cada día mi pequeña biblioteca se agrandaba más, sobre todo en la U donde leer casi no era una opción, pero donde tuve la posibilidad de conocer a grandes autores.
Aunque no puedo dudar que mi hábito lector se reafirmaba por la aceptación social que tiene leer. Siempre te consideran inteligente, estudiosa o culta a priori, por el sólo hecho de llevarte bien con los cuadernillos con tapa. Porque libros hay muchos y no sabría si considerar que todas aporten a nuestra cultura o inteligencia. Sin embargo, todos entregan información que puede ser útil para quien las lee.
Además siempre he tenido la impresión de que la lectura entrega seguridad y ayuda en la autoestima de las personas, quizás por la valoración social que antes mencionaba.
Pero al parecer tan equivocada no estoy, ya que según un reciente estudio de la Universidad de Búfalo, EE.UU, publicado en la revista Psychologial Science, cuando leemos un libro nos sentimos parte de la comunidad que protagoniza la narración, lo que nos produce mejoras de ánimo y satisfacción por supuesta pertenencia, similar a la de formar parte de grupos reales. Los autores concluyeron que leer generar una gran satisfacción psicológica, clave en la evolución del ser humano.
Para estas vacaciones de invierno sería un buen ejercicio volver a reencontrarnos con los libros, como una buena novela por ejemplo. Les dejo algunos de mis favoritos: Rayuela de Julio Cortázar, La Tregua de Mario Benedetti, Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato y La insoportable levedad del ser de Milan Kundera.