Tengo una amiga encantadora. De hecho, es una de las personas más extraordinarias que conozco: alegre, generosa, brillante y muy simpática. Pero tiene un detalle: es completamente adicta al tarot.
No digo que sea malo: mi suegra lo lee y me parece genial. Es una actividad entretenida y puede proporcionarnos orientación adecuada en momentos en que estamos “extraviadas” por la vida. Sin embargo, mi amiga recurre a su “bruja de cabecera” (como ella misma la llama) al menos una vez por mes. Y digo “al menos”, porque cuando se trata de encrucijadas importantes, la frecuencia puede aumentar hasta tres veces por semana. Decisiones laborales, asuntos personales e incluso problemas de salud comprenden su repertorio de preocupaciones. (Y cuando algo que dice la vidente no le gusta, consulta una y otra vez hasta quedar conforme).
A tanto ha llegado su afición por esta suerte de “oráculo”, que ya es considerada “clienta VIP” por su tarotista. Producto de ello, le rebajó el costo de la sesión a la “módica” suma de 25 mil pesos (usualmente cobra el doble). Tal devoción de mi partner despertó mi sempiterna curiosidad. Así es como un día consentí en acompañarla y, de paso, conocer de labios de esta “maravilla” qué mensaje me tenían los arcanos.
La consulta para mí no fue experiencia grata: pregunté por trabajo y terminé “enterándome” que mi pololo coqueteaba con otras, mi mamá me boicoteaba y mi entorno era un desastre. Lo bueno, por cierto, es que tendría mucho dinero durante 2013. En fin, si lo decía una “eminencia” – de acuerdo con mi amiga – la duda quedaba. Salí junto a ella bastante bajoneada. ¡Incluso apagué mi celular! ¿Cómo podría hablar con quienes hacían cosas tan terribles a mis espaldas?
Pero después de unos minutos entré en razón. Volví en mí y en la realidad: ¡Tengo un pololo maravilloso! Y no es porque yo lo diga, pero es la persona más confiable que conozco. Me lo ha demostrado muchas veces, de todas las formas probables. Doy fe, además, que coqueto no es. (Ni siquiera en nuestros inicios). Con mi mamá pueden haber roces, pero tengo la certeza de contar con ella y su amor: siempre está cuando la necesito. Y bueno, el tiempo demostró que en el presente año lo único que fue un desastre fueron mis finanzas. Cuento corto: ahí quedó la súper bruja, quien - dicho sea de paso - había encontrado en mi amiga a una mina de oro.
Conversando con mi suegra - y otros buenos tarotistas que después he conocido -, aprendí que los arcanos son una buena orientación: podemos encontrar en ellos consejo y apoyo. Nos ayudan a esclarecer objetivos de vida. Facilitan el autoconocimiento y la observación del entorno. Pero jamás nos dirán el destino, porque éste aún no está escrito: lo redactamos a diario, siendo la tinta cada uno de nuestros actos. Podemos modificarlo, haciendo de él exactamente lo que queramos. Con esfuerzo y a pulso, siendo conscientes de que en nosotras está el poder de moldearlo (y la respuesta a nuestros apremios) El tarot es sólo una guía, no un decreto ¡Y ojo con quien diga lo contrario! No vaya a ser que – “sin querer queriendo” – nos alimente una costosa e insana adicción.
Foto vía tarotvidenciaelisedefer