En mis momentos de tedio, ocio o estrés suelo transportarme mentalmente al sur de Chile. Sus bellos parajes son lo más cercano a mi idea del paraíso. Evocar mi estancia allá refresca y revitaliza mi alma.
Recuerdo la primera vez que viajé hasta esas tierras de ensueño y magia. Fue en un contexto de máximo romanticismo: acababa de iniciar una relación sentimental con la persona más fascinante que he conocido y que hoy suma siete años acompañándome. Era verano entonces, y – qué mejor – vísperas del 14 de febrero. Él quiso invitarme a celebrar nuestro primer día de enamorados en la Región de los Lagos, a la cual yo jamás había ido.
Pasamos allá algunos de los momentos más hermosos y memorables de mi vida. Nos recibió una torrencial lluvia, que amainaba a ratos. Se nos ocurrió recorrer la ensenada de Puerto Montt en bote. ¡Oh, sorpresa! Nuevamente lluvia. ¡Quedamos empapados, pero reíamos como si hubiésemos oído el mejor de los chistes! La gente nos miraba, sin comprender muy bien por qué estábamos tan exageradamente mojados (la lluvia en medio del mar es toda una experiencia, ¡creánme!) ni qué nos resultaba tan risible.
Esos días que pasamos en el sur, observé su sonrisa y saboreé sus palabras. Sus labios. Las anécdotas e historias que compartió conmigo, actualizándome de los años de su vida que perdí. Nos dimos todos los besos que guardamos por más de ocho meses en que estuvimos saliendo, conociéndonos y llevando una amistad especial, aunque sin ventajas. ¡Tanto tiempo desee que estuviéramos así, que realmente saboreé cada momento! Todo esto, enmarcado en medio de majestuosos bosques, de un verde intenso que contrastaba con el cielo gris y diferente, limpio. De fábula. Con aroma a tierra mojada.
Sí, el sur es mágico. Bello, fantástico. Y para mí además es tremendamente romántico. Bueno, supongo que todas, en algún lugar de esta tierra, tenemos nuestro “paraíso mental” Y el mío está allá, en el sur de Chile.
¿Cuál es el tuyo?