Mientras volvía a mi casa en micro desde la pega, noté el vistoso paso de tres grandes limusinas con adolescentes en su interior. Los jóvenes vestían trajes de gala y se asomaban por el sunroof. Saludaban muy contentos, levantando sus brazos. Se notaba que para ellos era un momento de gloria. Los demás pasajeros del vehículo en que yo viajaba, comentaban: “Deben ser de cuarto medio”. Probablemente así era.
Siempre he oído que las fiestas de graduación de enseñanza media son un clásico. Una experiencia memorable por la que al menos una gran mayoría de mis contactos ha pasado. La mía no fue así. De hecho, ni siquiera fue una fiesta: en mi liceo tuvimos la ceremonia tarde, cerca de las 19:00 horas y eso fue lo más “de noche” que tuvo la celebración. Vestimos el uniforme, subimos a una tarima a recibir nuestro diploma - o “licencia” -, pasamos a nuestra sala de toda la vida, tomamos bebida en vasos plásticos y comimos artesanales canapés. ¡Sería!
Nada de vestidos de gala o peinados extravagantes. ¡Ni hablar de elegantes y guapos acompañantes! (éramos sólo mujeres) Mucho menos hubo limusinas. El panorama se completó durmiendo temprano esa noche. Sí atesoro en el recuerdo la compañía de mi fiel amiga de infancia – en ese tiempo no pololeaba – y de mi abuelita, que hizo el intento de filmar la ceremonia. Juntas comentamos los pormenores de la velada.
En fin, mi titulación en la Universidad ya fue distinta. Ceremonia elegante, vestido de gala, título, medalla y canapés gourmet. Luego, una exquisita cena en un bonito restaurante, sorpresa que mi pololo me tenía preparada. ¡Ahí tuve mi revancha por la modesta licenciatura!
Después de este viaje en el tiempo, me pregunto qué tal hubiese sido vivir tan memorable acontecimiento. Y tú, ¿qué recuerdos tienes de tu fiesta de graduación?