Con el tiempo, me he dado cuenta de que las mujeres tenemos un poderoso enemigo y es la autocompasión. Bastantes son las chicas que he conocido que alguna vez en la vida han estado al filo de caer en esta “pequeña gran cosa terrible”, que puede resultar muy dañina.
Partamos por reconocer que todas hemos pasado momentos difíciles, ya sea por motivos muy personales (cesantía, crisis vitales y un largo etcétera) como también por causas externas totalmente atendibles (duelos o rupturas). El problema es cuando una se queda pegada en eso, contemplando lo injusta que ha sido la vida y lo víctimas que somos al vernos crudamente afectadas por sus embates. O sea, pobres de nosotras. Y ahí es donde comienza el cuento.
Sí, amigas, porque el dolor – aunque ustedes no lo crean – es adictivo. Comenzamos a sentir una pena infinita por nosotras mismas y eso le da un toque “épico” a nuestra existencia, ya que – inconscientemente – nos sentimos como el personaje principal de una novela rosa. Somos "la heroína sufriente de la historia", que debe luchar contra los duros golpes del destino y el hostil entorno: amigos que no comprenden, familia despreocupada. Entonces, empezamos a simplemente dejarnos caer, esperando tocar fondo para así – tal como en la ficción – renacer mágicamente como el ave fénix.
Muchas le echan a Disney la culpa de sus dramas. Yo se la adjudico también a tanta teleserie mexicana que crecimos viendo, donde la cándida jovencita es martirizada por personas obsesivas y malvadas, cuyo principal objetivo vital es joderle la existencia. Varias asumen ese rol y en él se entrampan, perdiendo de vista que no estamos “agonizando” nuestra vida. ¡Chicas, somos protagonistas! Tenemos acción, injerencia en lo que nos ocurre. Podemos “echarnos en los huevos” esperando que el futuro que queremos venga a nosotras - al tiempo que nos lamentamos por lo malo que ha ocurrido, reviviéndolo mil veces en nuestra cabezota – o asumir una actitud proactiva en la búsqueda de lo que anhelamos.
Tuve una amiga fantástica. Una chica genial: bondadosa, deportista, animal lover y un sinfín de etcéteras. Pero se quedó atrapada en su rol de víctima y así, terminó por aislarse. Dividía el mundo entre buenos y malos. Repetía una y otra vez su desdicha, siempre desde el rol de dolorosa e incomprendida doncella. Los amigos que no empatizaban con lo triste e infeliz que era su existencia y no estaban dispuestos a escucharla a cualquier hora del día (llamadas a las 5 AM incluidas) pasaban automáticamente al bando de los villanos. Sin embargo, jamás oí de su parte una autocrítica; una búsqueda de qué factores en su personalidad la llevaron a la situación que estaba viviendo –¡y sí que los había! – para así, mediante un análisis de conciencia, aprender la lección que conllevaba esa experiencia y crecer (lo más sano). ¡No, de eso nada!
Yo misma caí una vez – producto de una larga cesantía – en un afán autocompasivo. Les juro: no fue hasta que tomé acción respecto a mi vida (aclarar objetivos y trabajar en pro de ellos) que las cosas comenzaron a fluir. ¡Sí, como el agua! Y ahora, mirando hacia atrás, ¡me doy cuenta de las numerosas oportunidades que tuve para "despegar"! Pasaban ante mis narices y yo no las veía: estaba demasiado ocupada sintiendo pena por mi situación y rezongando contra la injusta sociedad. Y mientras, se me iba tiempo precioso… que yo simplemente dejaba escapar.
¿Y tú, querida amiga? ¿Qué esperas para tomar un rol activo en tu vida? ¿Cuántas cosas bellas te has perdido por estar llorando tus tragedias?