Todas tenemos una “etapa dorada”. Un momento de plenitud en la vida, en el cual una parte de nosotras - o nuestra autoimagen mental - se queda “pegada”. Y bueno, pues cuesta sacarnos de ahí. Me pasa con los 25 años. Sigo pensando que luzco como en aquella época. Por ese entonces, tenía un par de kilos menos y cierto tipo de ropa me sentaba bien. Ahora, me cuesta verme al espejo y advertir que el reflejo que éste me devuelve no es el mismo de ese tiempo. Hay un poco de volumen extra y unas arruguitas que dan cuenta del paso de los años. ¡Y unas rebeldes canas, ja! Cosa que ¡no me gusta!
Vamos, tampoco es que esté “acabada” o sea una auténtica ruina. No me veo mal, pero la chica en el espejo no se condice con mi autoimagen: la de la veinteañera de risa fácil, a quien llamaban “lola” y no “señora” ¡cuek! Otro aspecto que extraño de mis 25 es la capacidad de ser feliz con meros detalles. Un par de lucas bastaban para que hiciera maravillas. Aún estaba en la universidad: manejaba limitados recursos, pero para mí eran suficientes. La principal preocupación era hacer una buena tesis, defenderla y - por supuesto - aprobarla. Y mi gran pena: la clásica pelea que se tiene con las amigas que te acompañan en la realización de ese importante trabajo.
Con mi pololo reíamos mucho. Bastaba una caminata por las calles santiaguinas para sentirnos en la gloria. Hoy la vida es diferente: las preocupaciones económicas son más constantes y está la siempre imperiosa necesidad de ser autovalente. El tiempo es más escaso y la vida avanza más rápido. ¡Y por supuesto, tiene su encanto! Pero a veces una igual “regresa” al entrañable “ayer”.
Ahora, la clave del éxito - en la vida y en lo que te propongas - es avanzar. ¡Se trata de eso! Ninguna etapa es igual; cada una tiene su magia, su momento de ser. Ok, quizás no tengo las mismas curvas que en mi cuarto de siglo y muy probablemente, sí, me veo más adulta. Pero me siento satisfecha del correr de los años y el camino que seguí para llegar donde estoy: habiendo hallado al amor de mi vida, un trabajo que me fascina y viendo los primeros indicios de pre-adolescencia en mi hijo. Y saber que aún queda mucho por andar: recién tengo treinta y pocos / poquísimos, ja. ¡La aventura no se acaba! Es hora de empezar a disfrutar mis años (y aceptar que en mi piel se marquen sus pasos).
¿Y tú? ¿Te has quedado pegada en una edad?