Cuando tengo días malos, agotadores o complicados, siempre pienso en mi niñez. ¡La mejor etapa de mi vida! Recuerdo haber esperado toda mi adolescencia las anheladas 18 primaveras, sin vislumbrar las responsabilidades de ser una mujer adulta. Ahora, sólo quisiera retroceder el tiempo, sin saltarme etapas y disfrutar todo lo que quise adelantar.
Ser niña era mágico. Poder usar la imaginación para construir los escenarios más extraños y lejanos, y vivir pensando sólo en entretención y juegos. Con mis muñecas creaba historias y compartía momentos. Con mis vecinas hacía deporte, el que ahora se me hace tan esquivo por el poco tiempo.
Cuando llegaba del colegio, hacía las tareas y estaba lista para disfrutar de la tarde. Veía las Sailor Moon, un poco de Tom y Jerry y Candy. Me paraba sobre los sillones y creyendo ser la mejor, me transformaba en Serena. ¡Qué pequeñas cosas se extrañan siendo adulta, casi profesional y con un montón de trabajo! Hacer nada, por ejemplo.
Si estás enferma, ya no te cuida mamá con cosas ricas y full regaloneo. Ahora, te enfermas y pides licencia, tu mamá viaja o te cuidas sola. Sin embargo, no todo es tan malo: ser adulta me ha enseñado a apreciar las lindas cosas de la vida, ya que estuve tan ensimismada en crecer rápidamente, que no disfrute lo suficiente.
Uno nunca deja de ser niño y creo en eso acérrimamente. Soy una adulta feliz, gracias a mi infancia. La extraño y me da nostalgia, pero gracias a ella me convertí en la mujer independiente que soy hoy. Ser profesional y trabajadora tiene sus costos y sacrificios, pero la realización personal es algo fundamental para la madurez y plenitud.
Crecer no es malo, conservar la esencia y un poco de la inocencia de la niñez, es la solución a esa pena que nos aborda cuando nos vemos sobrepasadas. ¡Ya descansaremos! Cada esfuerzo tiene su recompensa y la vida se encargará de darle razón a esta sabia frase. A veces dejémonos un tiempo para hacer nada y disfrutemos al máximo ese preciado momento. Y ustedes, ¿qué es lo que más extrañan de su niñez?