Puede sonar algo ñoño o un poco “hipster”, pero a veces siento la imperiosa necesidad de tener una buena conversación con alguien; es casi como un antojo. La vida avanza rápido y ya no todos con quienes solía tener un enriquecedor intercambio verbal están disponibles para tales efectos. Las obligaciones han desplazado a las devociones, como diría uno de mis profes. A veces, quisiera pausar el tiempo y detenerme unos instantes simplemente a conversar.
Ya varias veces les he hablado de que tener una buena plática es una de esas “pequeñas cosas increíbles” que disfrutamos de corazón. (¡Y muchas han estado de acuerdo conmigo en ello!) Sin embargo, creo que a medida que cumplimos años, menos tiempo va quedando para esos momentos en que sentimos conectar profundamente con nuestro interlocutor: el trabajo, el cansancio y los estudios son excusas que nos damos nosotros mismos para limitar los diálogos a su mínima expresión.
Debo hacer un mea culpa y reconocer que sí, muchas veces he sido yo quien ha presentado disculpas para no conversar. Es como que, llegada cierta hora, mi cerebro se pusiera en piloto automático y simplemente, se negara a pensar. ¡Me quedo pegada, simplemente mirando tele y me pierdo valiosísimas oportunidades de enganchar en un diálogo entretenido! Algo que vaya más allá del orden, los platos sucios o aspectos técnicos de las funciones cotidianas. Un momento memorable.
Sí, tengo muchas ganas de tener una conversación de aquellas. De esas estimulantes. Las que traspasan todo lo físico (el lugar, la materia) y tocan el alma. Sería genial. Ojalá la oportunidad se presente pronto. Es cosa de que ponga de mi parte y algún interlocutor sintonice con mis deseos. Me encantaría hablar sobre letras; las amo. Quizás comentar un buen libro, una película, un sueño. Tiempo, pero de calidad. No parece tan difícil. Quizás debiesen existir clubes de conversación en alguna parte. ¡Yo me apunto!
Y ustedes, ¿cuándo fue la última vez que tuvieron este tipo de diálogo?
Foto CC vía Flickr (Pedrosimoes7)