Hace apenas dos días, los amantes de las letras recibimos una triste noticia: el deceso del destacado escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien en innumerables ocasiones nos hizo delirar con las mágicas aventuras plasmadas en sus novelas.
El “Gabo” - como le decían - constituyó un aporte fundamental a las letras y al periodismo, carrera que desarrolló de manera amateur tras abandonar sus estudios de derecho. Así es, porque este brillante literato era un apasionado por la narrativa, ardor que jamás consiguió ocultar, pese a los deseos de su padre de que se convirtiera en abogado.
Mientras estudiaba las leyes colombianas, comenzó a escribir para el diario “El Universal”, de Cartagena y también en el periódico “El Heraldo” de Barranquilla, donde editaba una columna bajo el seudónimo de “Septimus”. Se convirtió en miembro activo de una organización informal de escritores y periodistas (“el Grupo de Barranquilla”), que motivó e inspiró el que siguiera - finalmente - su vocación. Su experiencia como reportero, sumado a su amor por la literatura, le llevaron a construir sus crónicas de manera magistral, como si se tratara de cuentos. Por ello, se le considera uno de los principales cultores e impulsores del llamado “nuevo periodismo”, que combina el rigor de esta disciplina con las herramientas estilísticas de la narrativa.
Gabriel creció influenciado por las fantásticas historias que le contaban sus abuelos maternos, con quienes pasó gran parte de su infancia. Lo marcaron especialmente las anécdotas de Tranquilina Iguarán, la matriarca, quien hablaba de fantasmas y apariciones como si se tratara de fenómenos absolutamente naturales. Gabo, admirado al oír estos relatos de la mujer que inspiró al personaje de Úrsula Iguarán (“100 años de soledad”), quiso imprimir este sello en sus propias novelas, dando origen al “realismo mágico”.
Ahora, este fantástico escritor abandona el mundo, tras sostener una ardua lucha contra un rebelde cáncer linfático. Se marcha, con varios premios a su haber y la admiración de la comunidad internacional por sus maravillosas obras y aportes al género literario. Aunque nunca concluyó una carrera universitaria (gran lección para quienes se ufanan de estudiar en tales o cuales instituciones), recibió un doctorado honoris causa en letras por parte de la Universidad de Columbia. Un merecido reconocimiento a su talento innato.
Muchos son los personajes que quedan huérfanos con su partida: la mayoría, surgidos a partir de sus propias vivencias y anécdotas, como en la laureada “100 años de soledad”, “La hojarasca” y “El amor en los tiempos del cólera” (basada en la historia de sus padres). También quedamos desolados con la noticia sus lectores, privados de nuevos y grandiosos relatos, algunos de los cuales nos permitieron adentrarnos en su exquisito mundo privado ("Vivir para contarla", sus memorias). Pero aún con la pena estamos tranquilos, en la convicción de que un escritor nunca muere: continúa viviendo por siempre en sus bellas historias, entre páginas y letras sempiternas, que nos transportan a universos paralelos magníficos. Por eso, ¡hasta siempre, Gabo!
Foto CC vía Flickr (Sebastián Freire)