Hoy por fin llega mi hijo. ¡Tantos días de espera! Se me hizo difícil su ausencia durante el breve tiempo que duró su gira artística. Al punto que ayer me sorprendí deseando que ojalá el tiempo volara, para poder vernos luego.
Pero, casi inmediatamente, reflexioné. ¿Y si él lo está pasando genial? ¿Tan bien que no desea que termine rápidamente? ¿Qué tal si está anhelando saborear cada segundo de esta vivencia junto a sus amigos? Recordé que yo misma, en mis primeras salidas fuera junto a mi pololo, estaba en éxtasis. Deseaba que el tiempo transcurriese como un cuentagotas, a modo de prolongar las emociones intensas que estaba experimentando.
Entonces, llegué a la conclusión de que cuesta amar bien. ¡Y yo quiero hacerlo! Con aquel amor que guía, pero que da la suficiente libertad para fluir y crecer. La verdad es que, mirando un poco tanto mi vida como la de quienes me rodean, me doy cuenta de que son pocas las personas que saben vivir este sentimiento de manera generosa. Juntar SUS propias expectativas con las de otros, conciliándolas sin imponer la propia idea de felicidad. Fascinarnos con quienes amamos tal como ellos son, apoyándolos en sus cruzadas aún a costa de lo que nosotros mismos sentimos, compartamos o no sus decisiones. Pero SIEMPRE estar ahí para gozar sus triunfos o apoyarlos si es que caen.
Quiero amar a los míos de esa sana forma que los respeta tal cual son. Que acompaña sus procesos incondicionalmente, pero sin imponer concepciones propias, que pueden no ser compartidas. ¡Y menos limitar sus vivencias conforme a lo que yo siento! Cuesta, pero yo creo que es posible. Es todo un trabajo, pero para eso estamos en la vida: para aprender.
Ustedes, ¿qué opinan? ¿Saben amar la libertad del otro o pretenden imponer lo que estiman/necesitan?
Foto CC vía Flickr (doug88888)