Ir a la peluquería tiene algo de mágico. Así es, porque dependiendo de lo que vayamos a hacernos, basta con que nos sentemos junto al estilista para relajarnos y ser regaloneadas. Además, no sé cómo lo hacen, pero siempre que salimos de ahí nuestra percepción de belleza personal es ¡la máxima! El pelo se siente exquisito, como - por más que nos esforcemos - jamás lograremos tenerlo mediante un tratamiento en casa.
Salimos del recinto y el cabello brilla como nunca. Se siente ligero, manejable y lleno de vida. ¡Para qué decir cómo nos sentimos nosotras! Minísimas. ¡Ojalá justo ese día nos topáramos con todo el mundo, para que vieran lo regias que andamos! Lo malo es que casi nunca eso sucede, salvo que tengamos un evento previsto (y por el cual hayamos ido a hermosearnos).
Luego del día “D”, va diluyéndose el efecto deslumbrante logrado por el peluquero, pero quedan resabios de los que aún podremos disfrutar. Por ejemplo, un bonito corte de fácil mantención o una coloración genial. Aunque ya no estemos igual de deslumbrantes como recién salidas del local, nos sentimos bonitas ¡y eso es lo más!
Y a ti, ¿qué es lo que más te agrada de ir a la “pelu”?
Foto CC vía Flickr (calafellvalo)