Hace algunos días me encontré con una amiga; ella me vio desde lejos y al acercarse me comentó que se me veía un triste andar. Le conté que tenía dolor en el tobillo y me costaba pisar bien. Esta conversación me llevó a recordar una de las clases de oratoria y protocolo que tuve hace años. En ella nos enseñaban postura, histrionismo, como saludar y entre otras cosas: a caminar.
Sí, todos sabemos caminar. A algunos les costó más que a otros, pero para nuestros padres —o para las que son madres— los primeros pasos de los hijos son la muestra más visible de avance y crecimiento. Ya en los pequeños podemos ver rasgos de su personalidad a través de cómo se desenvuelven en esta instancia: si son perseverantes, porfiados, si les gusta el peligro, son un poco flojitos o sólo necesitan una presencia que les de confianza para seguir. En los adultos, la situación va por un camino similar: nuestra forma de caminar revela la disposición de nuestro día y - en alguna forma - la velocidad con la que lo vivimos.
Tenemos por ejemplo aquellos que arrastran los pies, los que caminan hacia los costados, los que lo hacen pausado y con apoyo en alguno de los lados o los que caminan rápido como si nada los detuviera. Podemos identificarnos con alguno o tenerlos todos en un día, poro la verdad es que nuestro andar mostrara una imagen que quedará en la retina de quienes nos rodean, o de quienes nos evalúan, como es el caso de una entrevista de trabajo o algún trámite.
En las clases nos decían: ponte derecha, mira hacia el frente, relaja tu rostro y camina. Yo no me sentía muy favorecida con esa instrucción, por lo que me dieron un secreto: piensa en esa canción con la que te sientes dueña del mundo, hazla tuya y camina, camina como si nadie fuera mejor tú; hazlo con la confianza de conocer quién eres.
Eso de la confianza me gusto. Me lo repetía siempre —aunque no fuera la reina del mundo—: sé quién soy y eso pone mi frente en alto y mi andar seguro.
Quizás estos días has tenido un caminar lento y pesaroso, es normal: la vida nos llena de apuros y no nos permite muchas veces recuperar las fuerzas, pero podemos ayudarnos con alguna canción que motive nuestros pasos. Ponla en tu mente —ahí nadie te molestara—; la mía es "Crazy in love", de Beyonce.
¿Y la tuya?
Foto CC Spyros Papaspyropoulos