Etapa inevitablemente difícil de nuestras vidas. Todas la padecimos - unas más que otras -, por temas como el acné, el amor, los amigos u otros más puntuales, como la relación con los padres, los desafíos a temprana edad o el enfrentarnos a un mundo que no tenía ni una pizca de ganas de adaptarse a nosotras. Pero seamos sinceras, no todo fue tan malo.
Es que el hecho de ser ni tan niña ni tan adulta a veces es algo bueno. Extraño esos días de las libertadas justificadas por la edad: gritar en la calle, sentarse en la vereda, comerse una casata con cuchara en la plaza, junto a los amigos y quedarse conversando por teléfono hasta altas horas de la noche. O esos sábados en que -después de ir a la feria - ponía la radio a todo volumen y los vecinos no alegaban porque era “los jóvenes son así”.
Recuerdo esos trabajos esporádicos, como vender plantas, pulseras de mostacillas, pintar uñas o hacer trenzas de hilo en la playa. Dinero que destinaría en implementos muy importantes, como patines, revistas de cantantes, cosméticos y más mostacillas.
Los viajes eran algo único: te sentías grande e independiente. Tus padres mostraban confianza en ti, y no había celulares para controlarte a todas horas; era tu deber llamar cada noche con el reporte del día. Cumplir con ello era señal de crecimiento.
Las maldades, las bromas a los hermanos, las apuestas ridículas, "machetear", cantar en la calle por unas monedas, las eternas tardes de playa en que llegabas arrugada e insolada y el cáncer de piel no era tema.
Extraño que una bebida y un pan con tomate sean el mejor almuerzo del mundo. Que dormir con un amigo en verdad signifique dormir. Que el usar muñequera sea parte del look y no de una tendinitis. Que el vestirme de negro me diera un aire de misterio y no de funeral. Esas mechas moradas, verdes y rojas que eran símbolo de choreza y no de locura. Extraño mis uñas de todos colores, las zapatillas con cordones combinables, esperar a mis padres para tomar el té y salir del brazo con mi abuela.
Pero si hay algo que en verdad echo de menos, es la posibilidad de planear un futuro sin límites. Que al hacerte la pregunta: "¿qué quieres ser cuando grande?" existan muchas alternativas y tiempo para desarrollarlas.
Hemos crecido, hay que admitirlo. ¿Algún recuerdo nostálgico?
Imagen original Fucsia.cl