Debo reconocer que, entre todos los insectos existentes, son bien pocos los que me caen simpáticos. Es más, la mayoría de ellos forman parte del siniestro catálogo de criaturas que preferiría no toparme en el camino. ¡Especialmente si se trata de arañas, cucarachas o polillas! Pero claro, nada es perfecto y debo tolerarlos en más de una ocasión.
El punto es que, por más repulsivo que me parezca el bicho - o peligroso, como es el caso de una araña de rincón - ¡me cuesta horrores exterminarlo! Es más, creo que jamás lo he hecho, llamando siempre a algún “sicario” que ejecute el trabajo sucio. ¡Y prefiero no ver los resultados!
Sí, porque si existe algo más asqueroso que el insecto vivo y moviéndose como si fuera una criatura infernal, es ver su cuerpo desparramado en el piso o la suela de un zapato. Eso, sin contar el “crac” que emite su cadáver en el instante en que es exterminado. No tengo agallas para acabar con un bicho y mis escrúpulos - lejos de obedecer a un gesto humanitario o de respeto por otro ser vivo - corresponden al infinito asco que éstos me producen (aún cuando estén muriendo).
Estoy consciente de que es muy loco querer eliminar a un insecto y ni siquiera tener el coraje de ejecutar la misión, pero creo que no soy la única a quien le pasa. ¡Díganme que alguien más comparte mi rareza!
Imagen CC Isaías Lomay