Dicen que lo bueno siempre llega para quien sabe esperar. ¡Y no dudo que así sea! De hecho, lo he experimentado. Es sólo que me cuesta horrores interiorizar este pensamiento para aguardar pacientemente por aquello que me importa. Me comen las ansias y, como dice Freddie Mercury, “lo quiero todo y lo quiero ¡ahora!”.
Espero que no piensen que soy una malcriada que no ha intentado por todos los medios ser flexible, disfrutar lo cotidiano y controlar el deseo de que mis anhelos se concreten prontamente, saboreando el paso a paso. Pero lo cierto es que ¡me desespero! cuando siento que pasa el tiempo y veo las metas aún distantes (finalizar mi segunda carrera, tener la casa propia y un sinfín de etcéteras). Lucho, claro, pero me da lata ver que estén tan difusas como la remota posibilidad de obtener un pozo millonario.
En varios aspectos de mi vida (laboral y amoroso, por ejemplo) las energías y esfuerzos que he invertido me tienen contenta, ya que han valido la pena. Estoy donde quiero estar. Pero me faltan aún ciertos logros, como un espacio donde establecerme (cosa vital), la fórmula para que mi hijo cumpla sus deberes de manera autónoma y terminar de estudiar. Sé que tal como ya alcancé algunos “peldaños” (tomó un tiempo, pero ¡resultaron fantástico!), vendrá el momento indicado para que mis otras metas se realicen. Pero como que con los años una se vuelve más ansiosa y esperar se hace más difícil (pero no imposible).
Creo que añadiré unas dosis extra de paciencia a mi listado de objetivos. Nunca es malo, ya que las pirámides de Egipto no se construyeron en pocos días (dicen que el Universo se hizo en 7, pero yo creo que tomó un poquito más). Y mientras, a quienes como yo sean ansiosas nivel Omega, les dejo la invitación a que intentemos saborear cada nuevo paso hacia la conquista de nuestros sueños. ¡Sin comer ansias, pues chiquillas! Ya llegaremos. O al menos, quizás, quizás, quizás.
Imagen CC Ashley Rose