Son muy pocas las mujeres que pueden decir que no les gustan las carteras. Seguramente tienes varias, yo tengo pocas, pero hay algo que sí tengo: una obsesión psicópata por mirarlas.
Todo comenzó cuando era niña. Mi abuela siempre se compraba bolsos, pero no cualesquiera: debían ser livianos, con una sola correa; tener cierres seguros, pero de fácil acceso y ser ante todo muy fáciles de manipular en micros o periodos complejos, como Navidad.
Desde aquellos años, la compra de una cartera es toda una experiencia para mí. Debe cumplir con ciertos estándares básicos: ser grande, linda, con forro y bolsillos internos, tener sólo una correa firme y combinar con toda mi colorida ropa. No soy muy exigente en la vida, pero una cartera es casi como un par de zapatos: si no estás cómoda con ella, se nota. Por eso, busco en todos lados la opción correcta y el mejor lugar para hallarla siempre será la pasarela de vida: las calles, micros, ferias libres y obviamente, el lugar de trabajo.
Si mi marido me habla en la micro y mis ojos están en otro lado, seguramente es porque estoy mirando la cartera de alguien. Analizando si el tirante es corto, firme, bonito, si le quedan las tachas, los flecos o con qué ropa se me vería perfecta. Ahora, si la cartera es fabulosa, creada para mí, no dudes en que le preguntaré a su dueña donde la compró. No puedo evitarlo; no me interesa como ella vista, si anda con o sin tacos, pero si tiene una cartera hermosa se roba mis miradas. Es casi como algo maligno, me declaro psicópata de carteras, voyerista selectiva, crítica y alabadora, fan y completamente admiradora.
¿Compartes mi vicio? ¿Dónde se pueden ver las mejores carteras? ¿Eres tan minuciosa en la elección?
imagen CC Geronimo Poppino