Hay un dicho referente a la ley de atracción que dice más o menos así: “todo lo que tienes en tu vida lo has atraído tu desde tus pensamientos”. Tener eso presente y ser consciente te hace andar más despierto, porque ya sabes que la felicidad no depende de nadie más que de ti misma.
Cuando nos pasan cosas malas - o que no esperábamos -, por lo general tendemos a racionalizar algo obvio: la vida no es justa. Pero lo que no vemos es que no siempre se trata de conseguir todo lo que quieres; de repente hay que aprender a ordenar las prioridades y dejar de culpar al mundo por el sufrimiento que debemos pasar.
Cuando maduras, empiezas a entender que para alcanzar la felicidad tienes que pasar por cosas duras, ya que así aprendes a valorar lo que tienes a tu alrededor. Si nunca hubieses pasado por algo triste, no sabrías de qué estás hecha ni de lo que eres capaz.
No siempre es necesario tener el control de las cosas. Por mucho que te esfuerces, no todo está en tus manos. Vivimos en un círculo lleno de influencias, de las cuales dependemos, queramos o no. Debes aprender a ser una persona proactiva, dejando la reactividad y negatividad a un lado.
¿Te has dado cuenta de que existe un punto en el que ya no te importa todo? Cuando crecemos aprendemos a filtrar. Si nos propusiéramos complacer al mundo entero, ¿se imaginan lo agotadas que acabaríamos nuestros días? Al final, tenemos que hacer lo que sentimos, no lo que el resto desea.
Lo importante de la vida es desprenderse, dejar de creer en cosas negativas. Todo está en la mente, para ser más feliz solo debes enfrentarte al mundo de manera más curiosa y despreocupada.
Hay algo que es primordial para disminuir esa gruesa línea entre la madurez y felicidad: dejar de repetirse una misma que “no puede” hacer algo. ¡Hay que dejar de limitarse, gente! Paremos de quitarnos felicidad y de subestimar nuestros logros.¡Chao a las dudas, vamos a la fluidez de la acción!.
Si tienes algo que agregar, pues ¡muy bienvenido sea!
Imagen CC marinadelcastell