Se supone que si estás con alguien es porque lo amas, respetas y crees que es lo mejor que te está pasando. Pero a mi no me pasaba esto y la verdad es que tampoco me atrevía a confesarlo. Los quería mucho, es verdad (y no es que llevara relaciones paralelas, jaja no). Tan sólo que me ocurrió en dos ocasiones, con parejas distintas. Espero que mi experiencia les sirva.
Mi primer pololeo en serio fue con alguien que no era físicamente atractivo: tenía cara de pavo y actitudes ídem. La primera vez que sentí vergüenza fue aquella en que él iría a mi casa para conocer a mis abuelos (en ese entonces, yo vivía con ellos). Como es obvio, se perdió y yo por teléfono trababa de darle indicaciones para que llegara a destino. Mientras eso pasaba, mi tía llegó de la Universidad y dijo: "oye, hay un hueón con cara de pavo afuera, mirando la casa". Ahí supe que era él y me dio mucha vergüenza admitir que me venía a ver a mí. Sé que quizás hablo desde la superficialidad, pero son cosas que pasan cuando se es chica (yo tenía 14). Admito que este pololo era muy inteligente, pero tenía "salidas" que hacían dudarlo. Y aunque hoy en día mis papás lo aman y piensan secretamente en que debiéramos volver, no lo haría.
Con otro pololo - un poco más actual - me pasó lo mismo. No tenía cara de pavo, pero sí actitudes que me hacían avergonzar. Empecemos con que se creía el hoyo del queque. Juraba que no había nada mejor que él y yo me creí ese cuento hasta que empecé a cachar que no era así, poh. La verdad era que él no salvaba a nadie y era un pobre diablo.
Mientras estaba "cegada", fuimos a varios eventos sociales "importantes" y ahí empecé a darme cuenta de que era tan insoportable que nadie lo pescaba, sólo su mamá. Mucha gente me advirtió sobre el personaje y yo, embobada, no tomé en cuenta sus comentarios. Al final, yo era la polola de un pobre y triste ... (completen la oración) Cómo no quería terminar, seguimos compartiendo nuestro camino y cada vez su ego imparable me avergonzaba más. Siempre creía saber más que el resto, que su palabra era ley y nadie podía cachar más. Gracias a esto, yo ya no quería salir. Prefería que nos quedáramos en casa, viendo tele o durmiendo. Me daba lata que mi familia nos viera juntos, pues ya había tenido actitudes de superioridad hacia ellos; ya no subía tantas fotos con él e intentaba evitar que publicara cosas en mi muro de Facebook. Era absolutamente infeliz y me sentía amarrada a una relación en la que no quería estar, pero de la que no sabía cómo salir.
Al final, ya no soportaba que nos vieran juntos y no porque me diera "cosita" el "qué dirán", sino por lo desagradable que se había vuelto. No quería seguir siendo la polola de alguien que no se ubicaba. Además, otra cosa que me avergonzaba de él era su capacidad para enfermarse con todo. Pasaba metido en la enfermería, hasta un suspiro era motivo para visitar médicos y tomar remedios. ¡Era peor que una mina! Entre nuestro círculo, tenía fama de enfermizo y alharaco. ¡Y juro que hablo con completa objetividad!. Era atroz, ni yo - que tengo las peores defensas de la vida - me enfermaba tanto como él. Ni siquiera cuando se me salió la rótula alegaba tanto como él cuando se dobló un tobillo. Después de mucho tropezar con esta roca, llegó una especie de Jesús a mi vida y me sacó de este tormento en el que estaba amarrada por convenciones sociales estúpidas.
Mi consejo, queridas amigas, es que no se encierren en este tipo de relaciones. Salgan lo antes posible, porque si su pareja las avergüenza, ya no tienen nada más que hacer en sus relaciones. Algo anda mal y lo más probable es que no sean ustedes.
Imagen CC: Camil Tulcan