¿Tienes alguna manía al momento de posar para una foto? No me refiero a la típica mueca en que muchas chicas estiran la boca como un pato –por favor-, más bien hablo de una verdadera "maña", proveniente exclusivamente de ti: un don o maldición. Esa mueca que, una vez iniciada, es difícil dejar de repetirla y te seguirá -probablemente- hasta el fin de tus días.
Para mí, esto partió en una de las fiestas de navidad que realizaba la empresa de mi papá. Tenía alrededor de siete años y me daba un pánico tremendo ver al "viejo pascuero" - que más encima de viejo no tenía nada-. Era un tipo cuarentón que arrendaba un traje y hacía entrega de regalos a todos los niños.
El sistema era simple: cuando decían tu nombre, debías pasar al frente y sentarte en las piernas de ese hombre pasa'o a sudor -porque no podemos pedirle a un tipo ultra abrigado, que huela a rosas en pleno verano-. Después de eso, te sacaban una foto.
Ahí fue cuando mis habilidades faciales despertaron como flor en primavera; una nariz fruncida, ojos turnios y la boca chueca fueron capturados en una imagen que a mi mamá no le gustó para nada.
Los años fueron pasando y "la gracia" se repetía inconscientemente. Comencé a lucir mi "desfiguración" en cada cumpleaños al que asistía, situación que me hacía recibir un regaño por parte de mis tías. "¡La foto se arruina con esa cara niña!", "por tu culpa no vamos a poder colgarla en la pared"... ¡Uy! como si sus rostros fueran tan hermosos, pensaba, aunque en el fondo, me valía un soberano huevo.
Ya en la pubertad, la mayoría de mis amigos esperaba tener una foto con mis múltiples rostros -era la "sensación"- y así comenzaron a rotar mis caras de infrarrojo a infrarrojo. Al principio era muy divertido, hasta que revisé un álbum familiar y tenía pocas fotos sin muecas. Por otra parte, las que tenía en el notebook junto a mis compañeros de carrera, iban por las mismas.
Recuerdo que al ver mis fotos pensé: "es como si Jim Carrey me hubiese poseído". Espeluznante. Decidí entonces que debía darle fin a ese capricho tan particular. Mi misión ahora era convertirme en la nueva "sonrisa de comercial dentífrico" (en una de esas me terminaban contratando). En el esfuerzo por mostrar mis enormes dientes de conejo -que hacían revotar el flash- me arrugaba por completo y abría los ojos como salmón. Me fue como el hoyo.
Sin duda había perdido mi toque, la esencia que me caracterizaba. Parecía una foto en blanco y negro, deprimida e inexpresiva, -ok, nunca tanto-, pero me costó adaptarme. Después de todo, me veía más ridícula intentando ser "normal". Así es que volví a la locura, la cara deforme, ¡mi felicidad!, aunque en el futuro tuviese pocas capturas de mi cara "normal" para recordar.
Al menos, mantuve la cara fruncida para la típica foto del carnet o el pase (así podía mantenerme “digna” para la sociedad). En fin, allá ustedes bocas de pato, sonrisas perfectas, y ojitos del gato de Shrek. Me quedo para siempre con mi cara de loca, ¡amén!.
Imagen CC (Ricky Cain)