Amo ese instante en que todo está hecho: la casa se ve ordenada, la comida para el día siguiente ya en sus bolos, me saco los zapatos y me tiro en la cama. ¡Qué delicia!. Pero esto incrementa cuando levanto las tapas y mi cuerpo es recibido por sábanas limpias y aromáticas.
Recuerdo mis años de adolescencia, cuando mi madre me decía que cambiara sábanas y yo, con toda la flojera del mundo, lo hacía. Nunca pensé que llegaría la edad en que cosas de ese tipo hicieran de mi vida algo mejor. Y es que no me había percatado de eso hasta que hace pocos días, al cumplir 31 años, recibí como regalo un juego de sábanas de verano. Las cambie la mañana del sábado y, al llegar la noche, ¡mi cuerpo descansó como nunca!. No es sólo la textura; es ese aroma a limpio que renueva el aire lo que da a los sueños una renovada sensación.
Yo soy bien complicada en cuando a cosas de cama respecta. No soporto las migas, las arrugas o que se salga la ropa; soy capaz de tirar a mi marido al suelo con tal de estirarla, y he llegado al punto de ponerle alfileres a los costados para que no se salga. Por eso, disfruto con tanto placer unas sábanas sin pelusas o esos típicos granitos que se forman en la ropa vieja.
Será siempre excelente idea comprar unas más delgadas o acorde a la época de calor que se nos viene. Así, las tendremos como aliadas en cuanto a descanso y no será una lucha cuerpo a cuerpo con sábanas calurosas, que nos terminan provocando insomnio.
y tú, ¿cómo te relacionas con tus sábanas?
Imagen CC :Chechi Pelnado