Ya sea por trabajo, estudios o escapando de un triste recuerdo, cambiarse de ciudad es una decisión compleja. El proceso de adaptación, las razones por las que tuviste que marcharte y la nostalgia pueden jugarte malas pasadas.
En mi caso, a lo largo de toda mi vida lidié con más de 10 cambios de ciudad en el cuerpo, (debido al trabajo de mi padre, en el rubro forestal), por lo que cuando me vi acorralada en Concepción, con una mochila de recuerdos y lugares comunes muy difíciles de sobrellevar, decidí tomar mis cosas, armar una maleta e irme a probar suerte a Santiago.
¿Temores? muchos. Miedo a no adaptarme, miedo a la ciudad, a la soledad. Cuando llegué a Santiago, tenía una euforia tremenda, quería conocerlo todo, estar en cada lugar importante, partí como un avión en mi trabajo nuevo. Estaba tan desesperada por olvidar, que me sumí en una vorágine de actividades para no tener tiempo siquiera para pensar.
Pasados los dos primeros meses, vuelve la calma, se instala la rutina y vuelven los recuerdos. Comienzas a extrañar y te vuelves impaciente, la ansiedad aparece sutilmente. Tienes que saber que esto es normal, es parte de adaptarte a un lugar nuevo. Va a pasar, aunque no lo creas y te desesperes; sólo es parte de crecer.
Se extraña la familia y los amigos; es difícil esta parte (si no la peor). Trata de mantener contacto constante con ellos, las redes sociales y las comunicaciones han avanzado mucho en beneficio de la ausencia. Que la vida nunca se detiene y el tiempo pasa volando, sí, es cierto, pero siempre debes dejar momentos para ponerte al día - ya sea en persona o digitalmente - con esos amigos que siempre están ahí.
Si decides volver, te darás cuenta de que algo en ti cambió y para mejor. Cada experiencia nos va formando: nada es retroceso, todo es avance. La decisión está en ti, ¡sólo sigue tus sueños!.
Imagen CC Gorka