Si hay algo peor que trabajar todos los días incluso enferma, es que después tengas la mitad de tu sueldo menos, se demoren meses en pagarte y que el jefe te descuente las horas para el trámite. Me refiero al triste proceso de estar con licencia médica.
Desde que entramos al mundo laboral aprendemos que una de las grandes diferencias entre ser estudiantes y trabajadoras es que si tenemos sueño o nos duele el estómago, no podemos poner cara de pena al jefe como hacíamos con nuestras madres para no asistir. Trabajar con contrato es uno de los males necesarios de la sociedad. En plena libertad, aceptamos firmar un documento donde un hombre -o empresa- pasa a ser dueño de 45 de nuestras horas semanales. Como somos humanos –aunque trabajemos como robots- nos enfermamos, y por más que resistamos yendo a trabajar con fiebre, una muela recién sacada, el pie esquinzado, tendinitis o terribles dolores de estomago, lo único que podemos hacer para que no se nos descuenten las horas ausente es ir al doctor. Si estás lo suficientemente enferma, te dará una licencia, la que debe ser superior a cierta cantidad de días para que sea pagada.
Lo mejor de estar con licencia es estar en casa. Es verdad: estás enferma, así es que vacaciones no son, pero vomitas en tu baño, puedes arrastrarte por el suelo de tu casa y si no tienes ganas ni de mover un dedo, te quedas ahí: echada en tu rincón más cómodo, cosa que no puedes hacer en tu escritorio.
Tarde o temprano llega el fatídico día de volver. Sin duda aún te sientes morir, seguramente sigues deshidratada, con la boca rota por la fiebre y unas ojeras dignas de película de zombies, pero te presentas y encuentras que en esos días ausente se acumuló un montón de trabajo, las cosas que debías hacer se hicieron “más o menos” y tienes unos mil correos con cosas que eran para ayer pero que tendrás que hacer hoy. Pero eso no es todo. Tu sueldo reducido a la mitad es terrible. Te conviertes mágicamente en un ahorrador espontáneo. Comes más veces fideos que en ningún otro mes, esas agüitas con sabores se convierten en botellas de té helado que tú misma refrigeras y prefieres levantarte media hora antes para salir en micro y no en colectivo.
Se cumple el plazo legal para cobrar la licencia y ¿con qué te encuentras? Pues con una señorita que te nombra documentos que el contador te aseguró ya había entregado, con la posibilidad de que te la rechacen y la terrible frase: "venga en unos días para ver si llegó el pago". Si a eso le agregas el volver a pedir permiso para salir una hora -que después tendrás que devolver -y que te llamen en todo momento para saber cuándo tendrás listo eso que aún no empiezas a hacer, es del terror.
Si estar enferma es terrible, volver a trabajar después de una licencia ¡es peor!. Añoro con ansias que llegue fin de mes y que mi economía vuelva a ser normal. Claro que el ítem remedios subió considerablemente, pero son las consecuencias de resistir hasta más no poder.
Como siempre, aprendí mi lección: ningún trabajo vale andar media muerta todos los días. Por más fuertes que seamos debemos darnos tiempo para refortalecernos y lo más importante, que prefiero perder un día que vivir con medio sueldo todo un mes.
Imagen CC: Rodrigo Tejeda